20.5.13

Slices of Life. El de los tenis.






Esta casa siempre me ha dado un poco de escalofríos, aunque no puedo reconocerlo, tengo 14 años y justo ahora traigo una playera de “Slayer” y mi pelo largo y negro hasta el pecho, aretes en orejas, nariz y pezones, tatuajes y anillos de calavera.
Demasiada maldad como para parecer asustado por una vieja casa. (Según un adolescente de 14 años)
La abuela cuenta historias; “historias chistosas” que imagino deberían ser terribles anécdotas de sucesos paranormales, a mi me parecen “historias chistosas” en realidad, de esas que la gente cuenta desde su propia perspectiva de lo que es el terror.
La abuela es una mujer de esas con pantalones, tuvo una juventud difícil y su estilo de vida se marcó el día que decidió “irse a bailar” sobrepasando la autoridad de sus padres y pues la llevó a casarse, pero como tampoco le pareció lo hizo 2 veces más, demasiada mujer para un sólo hombre.

Tiene una casa de esas viejas pero no tanto. Reconstruida tal vez en los años 40´s una casa “moderna” de un sólo piso, 6 recámaras y forma de L con un gran patio central y un pequeño jardín al frente, conectado todo por pasillos largos.

Un lugar celosamente vigilado por 2 perros Pastor Alemán albino. Los dos se llaman: “Frosty” quizá es más fácil para ella identificarlos así siempre he pensado. Ya que nunca duran lo suficiente para poder encariñarse con ellos, aún así ella los reemplaza por otros dos que se llamarán igual.

Tuvo que pasar un tiempo para que yo descubriera que al menos vi a unos 8 Frostys por esa casa. Sucede que Eduardo tenía formas muy creativas de deshacerse de los perros, dice mi abue que sólo esos perros le dan miedo a Eduardo.

Es semana santa y es mi turno para vivir mi “historia chistosa” sin quererlo.

A mi nunca me ha gustado presenciar las representaciones de la pasión de Jesús y ver a gente chorrear sangre mientras actúa el mito y leyenda de la crucifixión del hijo de dios.

Pero mi familia es religiosa y les parece un bonito espectáculo, así que todos van a ver el calvario en la delegación, mientras yo montado en mi rebeldía adolescente decido quedarme en casa, aún cuando sé que en ella suceden cosas, pero... ¿Porqué habría de sucederme algo a mi? Me apasionan las calaveras, el metal, por dios, me dicen “el Satán” no me asustan esas cosas, de hecho me gustaría ver algo, sería chido.

“No te quedes sólo hijo, la casa se hace chiquita y seguro te asustará Eduardo”

(Eduardo o El de los tenis; es un personaje de pantalón de mezclilla entubado y viejos tenis de lona negros; que mi abuela y los que viven con ella, aseguran ver por todos lados al grado que les parece un inquilino más, hablan con él, discuten con él, etc.)

“... No te preocupes abue, yo soy más malo que Eduardo, si se aparece le pego”

A los 14 años, uno es más boca floja que nadie.

Todos se han ido, me dejaron en la casona a solas. Para mi Eduardo no existe, creo que lo inventó mi abuela y en particular siempre me ha llamado la atención que todos lo identificaran como “el de los tenis” y es porque a testimonio de cada habitante de la casa; cuando piensas que ves algo de reojo y volteas de inmediato, todos alcanzan a ver únicamente unas piernas que usan tenis de lona como tipo converse negros.

Lo ven subir a la azotea todo el tiempo, al menos ven sus tenis. Como si siempre se ocultara.

Pues bien, a solas en esta casona donde lo que me da más miedo son los Frostys y sus ojos azules que...

Mierda!

Nunca había pensado que talvez “Eduardo” sea un ladrón o alguien que existe de verdad... ¿y si se mete a la casa? y si... ¿si vive en esta casa a escondidas? Mientras pienso pendejadas que me asustan más que las historias chistosas de la abuela, escucho derepente a los perros correr en el patio como locos, ya saben, ese sonido de las patas de los perros en el concreto el sonido de sus garras, pero... ¡Están los perros guardados!

Mi abuela los encierra por la noche. Dice que por la seguridad de los perros.

Corro por un pasillo largo que conecta la mitad de la casa con la otra mitad, la mitad donde no vive nadie. Uno de esos pasillos de casa antigua, forrado de platos de porcelana, todos cuarteados, todos pegados con pegamento, siempre he pensado que mi abuela se le rompen y los pega todo el tiempo.

En la ventana del patio no veo nada, pero lo más extraño es que sigo escuchando las patas de los perros correr sobre el concreto.

De pronto...

Mi pelo largo y suelto... lo recuerdo y se me pone la “piel de gallina”

Alguien, o algo... pero claramente siento una mano que suavemente me toma del pelo con un par de dedos y me pone el mechón por arriba de mi oreja.

Me paralizo, no veo nada, mis ojos se me salen de las cuencas, tengo frío literal, estoy helado.

Escucho una voz como susurrando. Me dice: “Eee duar dooo”

¡No mames!

Corro como pinche loco por el pasillo de regreso, gritando en silencio, impulsado por el miedo, nunca había sentido tanto y en ese momento, ya sé lo que pasó y eso me aterra aún más.

De la pared del largo pasillo alguien me lanza los platos de porcelana de la abuela en la cabeza mientras me gritan docenas de leperadas y yo sólo corro aterrado entre platazos de porcelana y mentadas de madre sonando en el aire en una casa sola.

Vacía.

Sin nadie.


Lo juro.

Salgo corriendo.

Corro hasta la calle.

Corro hasta la esquina de la calle.

Prendo un cigarro con las manos temblorosas.

Lloro de miedo.

¿alguna vez han llorado de miedo?

Ya no me río más de las “historias chistosas” de la abuela.

Ya no me quedo con Eduardo a solas nunca más.

Sólo espero que no haya matado a uno de los Frostys otra vez.

Esa era una de las “historias chistosas” de las que siempre me reía.

Ya no.